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Román Forero Suárez

Testimonio recogido por Danny Liska en el libro: "Mis memorias."

Aquí reproducimos el importantísimo reportaje publicado en el Terrícola No. 67, y luego en el numero 7 del tabloide Regina 11.

Mientras el mundo científico se quema sus pestañas buscando la solución para el flagelo del Sida, Regina por mucho tiempo ha discretamente y sin publicidad curado éste mal, tanto como otras clases de enfermedades venéreas, con un simple tratamiento con el cual, se toma el zumo de los cogollos de la caña brava por 90 días seguidos.

El Sida no respeta ninguna clase social, y afecta tanto al gamín, como al cirujano o al candidato presidencial.
Uno que pertenece a este último grupo estaba a punto de morir, cuando Regina le mandó su fórmula para curar el Sida; y con esto su enfermedad se fue en receso, y actualmente está gozando de buena salud.
La fórmula de Regina para curar el Sida consiste nada más que en ingerir el zumo del cogollo de la Caña brava por noventa días seguidos, y después de un tiempo repetirlo una vez más.
El tratamiento de la caña brava es un increíble purificador de la sangre que hasta ahora ningún médico o curandero ha aplicado para el tratamiento del Sida.

Fue en 1972 cuando yo caí en cuenta que Regina estaba curando enfermedades venéreas, incluyendo la sífilis y gonorrea, con este simple remedio casero. Aunque se curaron muchos, por motivos obvios ningún beneficiario de este tratamiento se ofreció a rendir testimonio de su curación; todos se limitarón a dar las gracias a Regina en privado, para luego seguir vivendo su vida normalmente, sin censura del público o estigma alguno.

Pero tarde o temprano todo tiene su excepción, y una mañana recientemente llegó a nuestra oficina un señor de Boyacá, con un negativo análisis en su mano — para decirme: “vengo a dar mis agradecimientos a Regina por curarme de Sida . Su franqueza me tomó por sorpresa, y luego de escuchar su testimonio le pregunté si podía publicarlo. “Claro que sí”, me dijo, y firmó la siguiente autorización en la margen de la hoja con su análisis de sangre No. v-1569 que le entregaron en el Instituto Nacional de Salud.

El testimonio de Román Forero fue bien directo y rendido sin complejo alguno. Nacido el 16 de noviembre, 1964 de una familia agricultora quien labraba la tierra cerca de Tinjacá, Boyacá.

Actualmente casado, Román tiene tres hijos: un varón y dos niñas. El se contagió de Sida unos dos años antes de casarse. Con toda franqueza él explicó que esto fue hace cinco años durante su prestación del servicio militar — cuando aceptó tener acto sexual en Neiva con un tipo. Fue su última experiencia en esta clase de contacto, pero fue suficiente para contagiarse con la enfermedad.
Román se casó hace tres años con Luz Elena Manrique de Armenia, Quindío. Inmediatamente empezaron a tener hijos; ahora tiene tres: Wilder Andrés, Jeniffer, y Bridgette Diane. Ramón consiguió trabajo como operario de máquinas procesando madera en una fábrica en Bogotá, pero en junio 1989 se disgustó con el judío quien era su jefe y se retiró. Sufriendo fuertes dolores de cabeza fue a ver a los médicos en la clínica San Pedro Claver, donde se empeoró; este mismo viernes una úlcera se le reventó en su estómago. Luego, con exámenes adicionales los médicos establecieron que las arterias a su cabeza estaban bloqueadas, y además tenía un quiste debajo del Cerebelo. Con una delicada cirugía los médicos quitaron el quiste y le colocaron una válvula subcutánea para reemplazar la arteria bloqueada. Debido que fue imposible extirpar todas las raíces del quiste, la cirugía no solucionó todos sus problemas, y sus dolores de cabeza siguieron peor que nunca. Los médicos le formularon Epamín, y en diciembre de este mismo año la clínica resolvió hacer un R-HIV en su banco de sangre para diagnosticar si tenía Sida.

Según Román, el sacar este examen se convirtió en una comedia de errores, y le tocó repetirlo tres distintas veces, y cada vez se perdían los resultados. El lío se resolvió el 10 de enero de 1990 cuando Román subió al noveno piso en la clínica San Pedro Claver, donde la doctora llamó al octavo piso a pedir los resultados y con esto concretó que éstos eran positivos — que sí, Román estaba enfermo de Sida. Antes de salir ellos le entregaron un documento diciendo que Román Forero, de 25 años, estaba enfermo de Sida.
Uno puede imaginar cómo este Boyacense se sintió con su noticia condenatoria, y cuando él regresó a su casa, su señora Luz Elena le insistió que le confesara porqué estaba tan deprimido. Al desahogarse, los dos lloraron’ juntos. Luego él informó a su señora madre y a su herman o, Alveiro Guzmán.
Unos pocos días después Román resolvió tomar el curso de Regina Once y asistió con su señora madre y su hermano Alveiro Guzmán. Al entrar al centro de Regin a, ubicado en la calle 13 No. 68D-40 él se acercó a la escalera y esperó su bajada para confesar su problema. Recordando este momento, Regina nos cuenta que Román estaba bastante demacrado, terriblemente flaco y casi no podía caminar ni hablar. Inmediatamente Regina le aconsej ó el tratamiento de la caña brava — que se debe hacer por 90 días.
El martes siguiente, dos días después del curso, él se fue a la casa reginista en Madrid para ver si ellos allá podían indicar dónde podía encontrar la planta de caña brava. Silvestre y sumamente alta, la caña brava normalmente crece a las orillas de riachuelos y quebradas. El administ rador del centro reginista lo mandó a un caño donde logró encontrarla. Durante su tratamiento, que él condensé a 9 días, Román también consiguió los cogollos de caña brava gratis de una dueña de tienda en Bogotá, y luego fue a Madrid donde una señora cerca al ferrocarril de Madrid le vendió un bulto por $150 pesos.
Siguiendo las instrucciones de Regina, Román machacó los cogollos con una piedra, los metió en un paño y exprim ió el zumo. Luego, él tomó una cucharada de esto en ayunas. “Era terriblemente amargo”, Román confesó, pero, en su desesperación por ser curado, a veces tomó hasta dos y tres cucharadas a la vez. Después del tratamient o de nueve días, él se sintió un poquito mejor; y, después de una semana resolvió repetirle por cinco días más. El logró encontrar la materia prima para el segundo tratam iento en un sitio bien cerca de su casa, donde una señora que vendía cebolla cabezona le regaló.

“Mi señora y los tres hijos tomaron el mismo tratamient o junto conmigo”, Román dijo, y él al sentirse bastante bien se fue al Instituto Nacional de Salud para pedir otro examen. Uno puede imaginar su júbilo cuando esto resultó negativo. El 24 de febrero de 1990 el Instituto le quitó su papel con los resultados anteriores — entregándole uno nuevo diciendo que él de Sida no tenía nada.
..........."Danny Liska"
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